domingo, 5 de diciembre de 2010

Rastreando las huellas del paraíso


Hay lugares capaces de cambiar al viajero la visión de su mundo para siempre. Lugares que transforman cuerpo y mente, entrañas y periferia.

La mayor parte de las veces, es mejor que el viajero no hable de ellos en según qué círculos. Sólo así podrá evitar ciertas estocadas dialécticas cuyo objeto no es otro que tachar estos lugares de estrambóticos, esotéricos y poco nobles para sus vástagos, amigotes y cualquier persona de bien. Sólo así (con la prudencia y el silencio) se ahorrará una oleada de miradas incrédulas, burlonas, petulantes… 

¿Para qué perder el tiempo escuchando argumentos peregrinos pudiendo peregrinar sin más?

Soy de las que piensan que hay que estar hecho de una pasta especial para pertenecer a esta estirpe de viajeros. Ellos conforman, sin saberlo, una especie de red secreta cuyos miembros no están al tanto de su pertenencia, pero no pueden dejar de reconocerse con un simple golpe de ojos. Al fin y al cabo, el mundo está dividido en dos tipos de seres humanos: los que no despeinan la superficie de la faz de la tierra y los que, constantemente, la atraviesan. Y sólo los segundos pueden profanar estos lugares y alcanzar el éxtasis. 

Se trata de exploradores que saborean el misterio de una selva esperando con avidez la selva siguiente. Hombres capaces de arrodillarse en templos de religiones ajenas. Conversadores que logran desatar su lengua con cualquier loco de la zona que, caminando de prodigio en prodigio, les invite a una charla espontánea. Hablamos de seres emocionales cuyo enésimo sentido (en otra ocasión hablaremos de su séptimo y sucesivos sentidos) les permite apreciar que la grandeza de los cielos de estos lugares, los hace incomparables con ningún otro cielo posible.

Dichosos los viajeros que consiguen enlazar su YO con muchos lugares pues evocarlos, les servirá de consuelo en la desventura y les ayudará a salir de los valles más oscuros del alma. 

Los viajeros siempre aprenden lecciones vitales en estas tierras (sus tierras, convirtamos a los viajeros en terratenientes ¡Se lo merecen!) A veces se instruyen a tientas, de tropiezo en tropiezo, atravesando el predecible ciclo de caerse y levantarse para caerse de nuevo.  Pero, interiorizada la enseñanza, los viajeros habrán aprendido “éso” que no se estudia en los colegios ni en la universidades;  “éso” que no se predica desde los púlpitos de las iglesias y no se descubre en los juegos de la infancia ni en los enigmas de la adolescencia.

                                          Formentera, Agosto 2010

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