La tierra de los Kuna,
comúnmente conocida como el archipiélago de San Blás, formó parte de la comarca
colombiana de Tulenega y más tarde de
Panamá. Hoy en día, sin entrar en detalles técnicos, puede decirse que se trata
de una región política y administrativamente independiente; de un lugar virgen
donde nada puede mutar sin el consentimiento de sus habitantes indígenas: la
etnia de los Kuna. Lo que hace tiempo
fue objeto de luchas territoriales, piratas, peleas por oro y caucho,
explotación de colonos y caza de tortugas, ha acabado convirtiéndose en un paraíso
para el navegante y el ecoturista .
Dicen que en Kuna Yala
hay una isla para cada día del año, aunque el cálculo preciso no es sencillo. Eolo y el mar hacen difícil que el paisaje
permanezca inalterable. Las distancias entre unos y otros cayos son cortas, lo
que convierte a la región en un paseo cómodo para veleros y catamaranes. A
pesar de la facilidad para el anclaje nocturno y lo placentero de la zona, la
ruta no está exenta de trampas y arrecifes inesperados. De ahí que sea
altamente recomendable ir con un capitán experto. Los amantes del surf (como
nosotros) pueden encontrar spots únicos,
rodeados de barcos siniestramente hundidos e islotes coronados por cocoteros.
El mar de fondo, sin embargo, no está siempre asegurado.
De junio a octubre, el viento es más débil. Aumentan entonces la
visibilidad y la calma, haciéndose más relajante aún el snorkeling y la caza submarina. Son meses, sin embargo, en los que
la navegación a vela se vuelve menos espontánea. El buceo con tanque de oxígeno
es una de las actividades prohibidas por la tribu de los Kuna. Siempre será mejor, por tanto, pensar en la apnea o la
captura con arpón. Sin duda, una de las experiencias más gratas de la
navegación por este Caribe ancestral, es la de amanecer a diario en un nuevo
islote: mezcla de arena blanca, coral colorido y aguas turquesa. Siempre más
paradisiaco y primitivo que el del día anterior.
En San Blás no hay nada que se asemeje a una ciudad ni tan
siquiera a un pueblo. El medio de transporte habitual es el cayuco de madera. La
vivienda más sofisticada la choza de paja. Lo más próximo a la civilización
postmoderna, alguna que otra aparición en la serie de Supervivientes y National Geographic. Todo ello hace de
los atardeceres una especie de viaje a otra época; época en la que las puestas
de sol ponían estricto fin al día y las estrellas perpetuaban la noche.
Los Kuna conforman un
pueblo matriarcal de mirada dura y tradiciones orgullosas. Poseedores de la
altivez propia de quien ha tenido que acudir a la revolución para preservar su
tierra, su esencia y resistirse a la occidentalización. Ellas, por ejemplo, se
atraviesan el tabique en la popular fiesta de la aguja, para inmortalizar su
primera menstruación. Ese túnel nasal de más de un centímetro, presumido y
turbador, les acompañará durante el resto de sus vidas. Inquietante compañero
de viaje…
Navegar por este Caribe tan místico como poco masificado, es una
experiencia más que merecida para quienes quieren gozar de la biodiversidad más
encendida, las razas pretéritas y la naturaleza indómita. Hay que ir preparados,
eso sí, para encontrarse con abundantes lluvias tropicales, los más húmedos
manglares y una gran variedad de tiburones.